En
el capítulo introductorio del libro que se comenta, Beck propugna un manifiesto
cosmopolita, que suplante al comunista que Marx formulara hace siglo y medio,
consistente en una democracia global basada en los principios del
republicanismo que, en palabras del contemporáneo Bauman, capacite «a sus
ciudadanos para discutir libremente los modelos de vida que prefieren y
practicarlos». Y para lograr este objetivo se mantiene la tesis de que es
necesaria una «renta mínima garantizada como un sine qua non de una república
política de individuos que crearán un sentimiento de cohesión y co-sentimiento
mediante el conflicto y el compromiso público». Y el sujeto de estas
transformaciones son los llamados por el autor «hijos de la libertad»,
individuos que, ante la erosión de autoridad en los Estados nacionales, han
perdido la confianza en las instituciones jerárquicas. Estos nuevos sujetos,
productos de la modernidad, forman una comunidad no territorial de riesgo, en
la medida en que se ven afectados por los riesgos que producen unos pocos para
su propio beneficio, y son movimientos «mundiales» en la medida que propugnan
valores y objetivos cosmopolitas, sitúan la globalidad en el núcleo de la
organización y no tienen raíces nacionales; pero hay que distinguirlos de los
capitalistas globales, que ya aprendieron a manejarse en el marco transnacional
para el desarrollo de sus negocios, en tanto que los ciudadanos globales aún
están desarrollando formas experimentales de organización y expresión del
sentido común cosmopolita.
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